“Hidden Figures” o nominar a Drake y no a Kendrick Lamar

[Spoiler alert: la siguiente reseña comparte detalles de “Hidden Figures”, filme nominado a tres premios Oscar este año, incluido el de mejor película.]


Esta es la historia de tres mujeres afroamericanas que, en 1961, cuando aún había segregación racial oficial en los Estados Unidos, despuntaron como científicas de la NASA. Ellas, matemática una, ingeniera física la otra y precoz programadora informática la última, terminan siendo indispensables para el equipo de hombres blancos que puso al astronauta John Glenn en el espacio.

Nominaciones:

  • Mejor película

  • Mejor actriz de reparto (Octavia Spencer).

  • Mejor guion adaptado

En tiempos como este, una película que habla sobre la historia, la terrible historia, de la segregación racial en Estados Unidos es por demás relevante. Hoy, cuando Donald Trump, un hombre que respira racismo por todos sus poros, es presidente de la Unión, esta historia es, sí, relevante.

Pero la valía del cine no llega solo por la pertinencia de las historias que cuenta. El cine también es lenguaje, arte, oficio, técnica. Una buena historia mal contada o, como en este caso, contada desde lugares comunes o tonos demasiado edulcorados puede convertir esa historia potente en cine mediocre.

Hay aquí, actuaciones correctas. Me gustó mucho la de Octavia Spencer, quien se ganó un Oscar y otra media docena de premios en 2012 por su papel de una mucama en “The Help”. Ella interpreta a una científica a la que la NASA niega un ascenso por ser negra.

Taraji P. Henson, famosa por la serie televisiva Empire, es Katherine Johnson, la matemática que descifra cómo hacer para que la cápsula del astronauta Glenn pueda orbitar alrededor de la Tierra sin quemarse o salir disparada para siempre por el espacio. Henson también cumple el rol.

La historia va de eso, de todos los obstáculos que estas mujeres negras deben sobrepasar en una sociedad segregada. Cuando a las actuaciones correctas se unen planos inteligentes para contar esa historia, la película alcanza un buen nivel.

Así, por ejemplo, están las secuencias que nos muestran a Katherine corriendo bajo la lluvia desde un edificio de la NASA donde ha sido admitida para trabajar entre un grupo de científicos blancos, hasta otra parte del recinto, a media milla de distancia, en donde funciona el único sanitario para mujeres de color. Ningún diálogo, en toda la película, cuenta tan bien la segregación como esas secuencias.

Los problemas empiezan, como suele ocurrir en la industria, cuando el guion intenta edulcorar algo tan inhumano como el racismo; cuando pretende que nos traguemos la pastilla de que los héroes en esta historia fueron los blancos. En este caso, ese personaje le toca a Kevin Costner. Había leído que este era el mejor papel del actor en años; no creo, de hecho, sigo creyendo que lo bueno de Kevin Costner terminó cuando Danza con lobos.

Taraji P. Henson en una escena de la película.

La segregación racial es a Estados Unidos lo que el nazismo a Alemania. En el cine gringo no hay nazis buenos, no puede haberlos, pero sobran demasiados blancos buenos. Y cuando eso pasa, la historia del racismo se trivializa, huye de las cavernas de la irracionalidad y el fanatismo en los que nació. Es como en el rap: el de Kendrick Lamar, que habla sin ascos de esas cavernas, siempre será mejor que las baladitas de Drake, edulcoradas.

Hollywood puede ser, como las películas que produce, una industria llena de lugares comunes. Pero, claro, a Hollywood hay que entenderlo desde su narrativa más recurrente, la de una maquinaria al servicio de la idiosincrasia de una masa de espectadores cuyos gustos trata de uniformar sin terminar de lograrlo. En los últimos años, además, la industria estadounidense parece aquejada por una especie de esquizofrenia: quiere crear productos vendibles, predecibles, exitosos para el gran público y, a la vez, seguir siendo relevante en términos artísticos.

“Hidden Figures” está a medio camino entre las dos cosas: cuenta una historia importante, sobre todo en estos tiempos, a través de dos buenas actuaciones y de algunos pases destacables de cinematografía, pero sucumbe a las fórmulas gastadas.

Parece que, este año, el primero de la era Trump, la industria ha querido hacerse honor a sí misma honrando el cine negro. El problema es, de nuevo, que el calendario político no marca el artístico. Es decir, por lavarse la cara del traspié del año pasado, en que falló en nominar a actores, directores y películas de tema negro que sí eran relevantes en lo artístico, ha terminado nominando al Oscar a Drake y no a Kendrick Lamar.

 

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