Fiscal recargado, volumen IV

Siempre pensé que Luis Martínez era un tipo astuto, no necesariamente inteligente, pero astuto. Aun luego de haber sido uno de los fiscales generales más controversiales y corruptos que el país ha tenido en las últimas décadas –lo cual ya es decir bastante-, los diputados de la Asamblea Legislativa casi lo reeligen. Algunos de esos diputados, que en los pasillos de la Asamblea y en privado cabildeaban por la reelección de Martínez, ahora felicitan, también en privado, al fiscal Meléndez por el caso que ha montado contra quien hace menos de un año apoyaban para ocupar su puesto. No sé qué influyó más en esos días en los que el exfiscal se posicionaba como finalista en la lista de todos los partidos para ser reelecto: si su astucia o la corrupción apestosa de algunos “padres de la patria”. De cualquier manera, el plan falló.

“Respetá al Fiscal” fue una de tantas frases célebres dichas por Martínez. El exfiscal utilizó esa frase para responder a la pregunta incómoda de un periodista. Sus problemas empezaron cuando las verdaderas respuestas a esas preguntas, poco a poco, salieron a la luz. El 26 de noviembre de 2014 se reveló por primera vez, en esta revista, que Martínez había hecho docenas de viajes en aviones privados pertenecientes a Enrique Rais. Hasta este día -12 de septiembre- el exfiscal dormía en las bartolinas de la División Antinarcóticos (DAN) de la PNC. Estaba ahí porque desde la institución que hace menos de un año dirigía se le acusa de más de diez delitos, la mayoría de los cuales están relacionados con su asquerosa relación con Rais. Enhorabuena, exfiscal: a la mayoría de los “terroristas” —como usted les llamaba a los miembros de pandillas— la fiscalía los acusó de menos crímenes a la hora de ir al juzgado.

Esa hipocresía me lleva al siguiente punto. El gran problema de Luis Martínez, el exfiscal que célebremente exigió respeto, es que cuando tuvo poder no respetó a nadie ni a nada. No respetó ni a Claudia Herrera ni a su esposo cuando—según se le acusa— armó casos llenos de mentiras para llevarlos presos como se lo habían indicado. No respetó a los medios que destaparon su corrupción, por la que hoy está siendo procesado, y calificó los reportajes como “un asunto banal,” y a sus autores los tildó de mentirosos. No respetó a los ciudadanos, a quienes se debe, al utilizar la Fiscalía General de la República en favor de sus intereses y los de Enrique Rais. Más importante aún, no respetó a su país, porque gracias a la corrupción y un cinismo como el suyo, es que El Salvador está tan enfermo.

La relación de Rais y Martínez y los delitos que se generaron de ella son, entonces, la ejemplificación perfecta de todo lo que está mal con este país. Un funcionario corrupto y prepotente que, a cambio de privilegios, pone a disposición los recursos y poderes de la institución que dirige —diseñados originalmente para servirles a sus ciudadanos— a la orden de intereses particulares; un hombre rico que utiliza su dinero para hacer trampa y apartar a cualquiera que se interponga en su camino.

Después de toda esta historia, Luis Martínez ya no me parece tan astuto. Era costumbre del exfiscal, cuando se iba de vacaciones, tomarse una foto con estilo cool —aunque nunca no lo lograba— y despreocupado para luego subirla a su cuenta de Twitter junto a la frase “Fiscal recargado.” En su cuenta @luism_abogado hay tres fotos así. En este cuarto volumen de la historia, a Luis Martínez no se le ve tan despreocupado con sus esposas en las manos. Espero que la justicia salvadoreña, con todas sus dificultades y tropiezos, le dé motivos para no estarlo.

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