El significado de San Romero

Se siente raro que una persona que tú conociste y con la cual trabajaste[1] sea santo. Ello me dificultaba el escribir sobre Monseñor (para mí siempre será “Monseñor”) -también esa tarea se hace difícil después de tanto que se ha escrito sobre él-, pero me animaron los de la nueva generación, preguntándome sobre él, diciéndome que les gustaría saber más sobre él. Para ellos es esta columna que cuenta la versión de lo que Monseñor significa para mí.

Los setenta eran años muy difíciles, eran años de mucha injusticia, de represión, de censura constante, de torturas, años de miedo, en los cuales no se aceptaba diferir de la visión oficial, en los cuales no existía libertad de expresión, no existía democracia (mi primer voto válido, voto que contó, lo di después de la guerra), años en que la guerra estaba en evolución. Pero también eran años de organización comunitaria, de resistencia, de marchas, de lucha constante por mayor justicia. En mi vida he vivido años de mayor participación cívica, de solidaridad con los pobres; participación y solidaridad que llegó e involucró a la iglesia católica.

Ello llevó a la jerarquía de la iglesia a tratar de frenar su involucramiento en esas luchas sociales. Por ello Roma decidió nombrar un obispo conservador para San Salvador, un obispo que favoreciera el statu quo. El escogido fue el obispo Romero. Cura conservador, que no se había metido en mucho, que se llevaba bien con el poder. Pero también un cura bueno, humilde, recto, que se guiaba por su amor al prójimo y que era consecuente con las implicaciones que ello conllevara.

Ya electo Monseñor empieza a enfrentar los hechos de ese entonces ya descritos. Siente de cerca las injusticias que sufrían los que lo rodean, los cuales le piden que interceda por ellos. Asume él esa tarea y empieza por lo que le parece más lógico, dado su pasado: presentar esas peticiones de justicia, libertad y derechos del prójimo, ante los que detentaban el poder. Sus peticiones quedan sin respuesta. Y la violencia e injusticias siguen creciendo, hasta que tocan a la iglesia misma, matan a curas, matan a Rutilio Grande y otros. Ello tiene efecto profundo en Monseñor, quien comprende que no puede seguir igual. Empieza él a ser cada vez más “la voz de los sin voz”[2], que éramos la gran mayoría. Esa voz la trasmitía en su sermón todos los domingos, en la radio del arzobispado, la YSAX, la cual fue bombardeada muchas veces. Querían matar la voz, mataban la radio, pero la voz resucitaba pronto.

Monseñor entiende que la lucha por la justicia conlleva una opción preferencial por los pobres, y ello lo lleva a las primeras confrontaciones con el poder establecido. Una de sus primeras acciones es no asistir a ciertos actos públicos con significado o personas que cometían esas injusticias. Dijo Monseñor “las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas”, “sigue imperando en nuestro país una espantosa violencia represiva”. Pero él, era “el amigo de ese pueblo, que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas angustias, levanto mi voz”. El poder establecido, el poder económico, social y político concentrado todo en una minoría, nunca había sido tan desafiado y puesto en peligro. En ese allí y entonces, ello hace que Romero reciba amenazas contra su vida, pero su compromiso solo crece.

Simultáneamente la violencia crece, incluso contra la misma iglesia, la guerra está cada vez más cerca de estallar. Monseñor trata, y nos pide a todos los que tuvimos algún papel en aquel entonces que hiciéramos lo imposible por evitar la violencia y la guerra. En muchas ocasiones, cuando nos enfrentábamos con opciones cada vez más radicales, nos preguntó ¿no hay nada más que se pueda hacer? Él odiaba la violencia, pero entendía que había muchas clases de violencia, entre las cuales las peores eran la violencia que vivían, y viven, los pobres, y la violencia del Estado mismo. Todo ello lo llevó rápidamente a convertirse en el obispo de la paz, y ello lo llevó a pedir, a ordenar el cese de la represión (y le tembló la voz ante aquello que para él era un atrevimiento).

Todo esto fue ya mucho y lo mataron. Lo convirtieron en mártir.

Pero hay que reconocer que el martirio de Monseñor Romero, como dijo el Papa, “va más allá de su muerte”. Que su martirio continúa, que se sigue azotando su nombre por las injusticias de hoy, por usar su nombre en vano y glorificar a sus asesinos.

Por esto, para mí, el significado de Monseñor Romero es el de “el pastor que junto con su pueblo fue aprendiendo”, el cura apasionado con la dignidad del ser humano que supo liberarse de las idolatrías y falsos fariseos.  La voz de los sin voz, el cura de la paz, el mártir.

Pero el reconocerlo como santo va más allá. Es aceptar eso y más; es reconocer también el mensaje de Monseñor de que debemos formar una patria de hermanos, “donde los hombres son capaces de sentarse alrededor de una mesa común para compartir”, y poder vivir “la igualdad y libertad para todos”. Que unidos podamos buscar alternativa al “modelo económico actual que acumula riquezas en pocas manos”, que sigue produciendo pobreza e inequidad, por un modelo que se base en “el profundo respeto a la dignidad humana” y por tanto con una opción preferencial por los pobres. Es renacer la esperanza que significa que Monseñor “resucite en su pueblo”.


[1] Mauricio Silva formó parte el equipo asesor en asuntos administrativos del Arzobispado. Fue viceministro en el gobierno del 15 de octubre, 1979, y fundador y vicepresidente de MIPTES. Por ello se relacionó con San Romero.

[2] Todo lo entre comillas son palabras de Monseñor.

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