El Estado enterró a Sonia

A ella, cuando tenía 16 años, la Fiscalía la utilizó como testigo para resolver el asesinato de un médico del Seguro Social a manos de pandilleros. Ella, a sus 16 años, había sido cómplice de ese crimen. A ella la llevaron a una casa de San Salvador donde la Policía mantenía a testigos protegidos. Ahí, a sus 16 años, al menos tres policías tuvieron relaciones sexuales con ella; uno de ellos la golpeó hasta dejarle hematomas en la cara. Cuando ella ya no le fue útil al Estado, la dejaron ir de la casa. A las pocas semanas apareció muerta, con varios impactos de bala en el cuerpo. Esta es la historia de Sonia, una menor prostituta a la que el Estado salvadoreño victimizó una y otra vez. 

Ilustración FACTUM


Una noche de agosto de 2008 Sonia llamó a uno de los agentes de la Fiscalía que llevaban su caso. Le llamó llorando. Desesperada. Como pudo le pidió por el teléfono que fuera a verla, que le dolía toda la cara y todo el cuerpo, que Manuel, uno de los policías que cuidaban la casa donde ella estaba, la había golpeado.

El agente fiscal llegó temprano, al día siguiente, a una casa ubicada en la colonia Flor Blanca de San Salvador, entre la 49ª avenida Sur y la Alameda Roosevelt, en la que la División Élite contra el Crimen Organizado (DECO) de la PNC mantenía a testigos protegidos. Ahí vivía Sonia desde principios de agosto, cuando la Fiscalía le ofreció protegerla a cambio de que delatara a pandilleros del Barrio 18 a los que ella había ayudado a robar y asesinar a un médico del Instituto Salvadoreño del Seguro Social.

“Tenía la cara morada. Estaba bien mal”, confirmó el funcionario que vio a Sonia hace nueve años en aquella casa, y quien aceptó hablar con Factum desde el anonimato por razones de seguridad.
El incidente, que esta Revista confirmó con dos agentes de la DECO que lo atestiguaron y con dos fuentes en la Fiscalía General, no quedó registrado, como no quedaron registrados la mayoría de incidentes relacionados con los abusos de los que Sonia fue víctima mientras estuvo en la casa de la Flor Blanca.

Fotos de Sonia proveídas por uno de los detectives de la Policía que conoció su caso. A pesar de que la joven está muerta se ha difuminado su rostro en el afán de proteger a sus familiares. Foto FACTUM

Sobre la golpiza que recibió a manos de “Manuel” -ese era el indicativo de uno de los agentes de la DECO asignados a la casa entre julio y agosto de 2008- ni siquiera se abrió una investigación, a pesar de que la Fiscalía pidió a la PNC que así se hiciera.
Y a pesar de que uno de los fiscales pidió, tras ver el rostro de Sonia aquella mañana, que llevaran a la menor a un hospital. Pero los policías se opusieron. Lo único que hicieron fue comprarle un antiinflamatorio y analgésicos.

Factum intentó contactar al comisionado Walter Lazo Merino, entonces jefe de la DECO, y quien, según dos miembros de esa división, solía frecuentar la casa de la Flor Blanca y conoció de cerca el caso de Sonia, para hablar sobre la testigo. No hubo respuesta.

Cuando recién llegó a la casa, en agosto de 2008, Sonia tenía muy mal aspecto. Estaba muy delgada y parecía enferma. De eso habla una de las pocas fotos que se conservan de ella: rostro moreno, enjuto, cuya delgadez hace sobresalir aun más los labios y la nariz prominentes; y ojos achinados, enmarcados por bolsas oscuras. En los ojos y la boca se insinúa, con mucha discreción, una sonrisa cansada, un gesto de resignación.

Cuando entró a aquella casa, con ella llegó una larga historia de abusos, explotación sexual, adicciones y maltrato familiar que la habían orillado a la prostitución desde que tenía 14 años. Entró con todo su pasado, no para olvidarlo, sino para revivirlo una y otra vez: pronto, en la Flor Blanca, Sonia comprendió que lo único que podía ofrecer a aquellos policías a cambio de que la dejaran sobrevivir era su cuerpo delgado. Así ocurrió.

De acuerdo a los testimonios recabados por esta Revista, al menos tres policías de la DECO tuvieron relaciones sexuales con Sonia. A cambio de eso le ofrecieron ropa, ayuda y comida.

“Cuando estaba en la casa, había veces en que no había dinero para mantener a los testigos”, aseguraba en 2014 David Jerónimo Monroy, quien en 2008 era uno de los agentes de la DECO que investigó la muerte del médico del Seguro Social y tuvo relación con Sonia. Hubo una época, recuerda Monroy, en que Sonia estaba demacrada. “No había mucha comida”, dice.

Según el relato de Monroy, una noche, luego de que dos oficiales de la DECO llegaron a la casa, Sonia salió arreglada, maquillada, de su cuarto. Uno de los fiscales que conocieron a la menor asegura que fue solo después de haber tenido relaciones sexuales con oficiales que Sonia empezó a comer mejor; los policías le regalaron ropa y, al final, la instalaron sola en un cuarto de la segunda planta de la casa.

(Factum habló con Monroy varias horas durante visitas realizadas en San Salvador, Santa Tecla y en Apopa entre 2014 y 2015. A finales de 2015, Monroy fue asesinado en circunstancias que las autoridades aún no esclarecen. La investigación del asesinato, algunos de cuyos indicios apuntan a sus excompañeros en la Policía, está estancada en la Fiscalía de acuerdo a uno de los familiares del detective consultados por Factum).

Otro agente de la DECO, que habló con Factum en agosto de 2014 en un restaurante de comida rápida de Ciudad Merliot y pidió no ser identificado, confirmó que las relaciones de los agentes de la división con la testigo del caso del Seguro Social eran conocidas en la Policía. Este agente, de indicativo Mercado, contó, por ejemplo, que uno de los oficiales de la DECO engañaba a Sonia diciéndole que él era sicólogo y que para hacer evaluaciones favorables de ella le pedía favores sexuales.

“Ella echó el cuerpo en la casa”, opina Mercado, haciendo suyo uno de los lugares más comunes en la cultura salvadoreña en lo que a casos de trata de personas o de abusos sexuales contra menores de edad respecta: es culpa de la víctima.

A pesar de que son muy pocos los documentos oficiales que dan cuenta de la historia de Sonia, estos existen. Hay uno, incluso, que da fe de las irregularidades que ocurrían en la casa de la Flor Blanca. Se trata del acta que levantó uno de los agentes de la DECO destacado en el lugar en agosto de 2008, en el que refiere una salida de Sonia con un oficial de la Policía en circunstancias irregulares. De acuerdo a ese informe, del que Factum tiene una copia, la joven salió con un oficial a la una de la mañana y regresó a las 8 de la mañana.

Otro oficial de la DECO, el agente Mercado, asegura que uno de los investigadores del caso del médico asesinado llegaba con regularidad a la casa de la Flor Blanca a sacar a Sonia. “La llevaba a un motel; decía que ella se acostaba con él en agradecimiento por tratarla bien”, asegura.

El detective Monroy, que entonces investigaba el asesinato del doctor, aceptó que él también había tenido relaciones sexuales con Sonia.

Tres de los agentes estatales con los que Factum habló para corroborar detalles de esta historia coincidieron en que los desmanes cometidos contra la testigo en la casa de la DECO, incluidas la golpiza y el estupro, fueron de conocimiento pleno de la Fiscalía. El Ministerio Público, sin embargo, nunca abrió investigaciones al respecto.

El nombre de Sonia -nombre ficticio, diferente al indicativo con que la DECO y la FGR se referían a ella en 2008- volvió a aparecer en el proceso judicial abierto en 2014 contra una red de trata de menores, y en 2016 contra clientes de esa red, entre los que se cuentan el presentador televisivo Alejandro Maximiliano González, conocido como “Gordo Max”, el empresario Ernesto Regalado, Salvador García Arévalo y Luis Alonso Marroquín.

“El caso… inicia con la localización de la víctima de clave Sonia (sic), obteniendo su entrevista y posterior captura de los imputados que ella relaciona que la explotaron sexualmente”, dice la acusación que la Fiscalía presentó en enero de este año contra “Max”, Regalado y los otros.

Fuentes fiscales explicaron a Factum que el testimonio de Sonia no está directamente relacionado con ese caso, sino que a partir de lo que ella dijo las investigaciones apuntaron a otras menores y otros proxenetas que llevaron hasta Natalia, la joven prostituta que denunció a los clientes procesados este año.

En 2008, Rodolfo Delgado, actual asesor del despacho del fiscal general, era el jefe de la unidad contra el crimen organizado (Unnico). Factum pidió a la Fiscalía una entrevista para hablar con Delgado sobre los sucesos de aquel año en torno a los maltratos a Sonia en la casa de testigos de la DECO y al posterior asesinato de la joven; la respuesta fue que Delgado no podía dar declaraciones porque el caso actual, en el que Natalia es testigo y en el que hay una referencia a Sonia, tiene reserva judicial.

Primeras pistas sobre una red de trata

El asesinato, el 2 de julio de 2008, del doctor Carlos Humberto Sigüenza Guardado, entonces jefe de siquiatría del ISSS, reveló a agentes del Estado salvadoreño los primeros indicios fuertes de que en San Salvador funcionaban varias redes de trata que prostituían a menores de edad, en general mujeres, con clientes a los que contactaban por teléfono celular.

Sonia era, entonces, una de esas jóvenes prostitutas. Su historia, además de estar entrelazada con el asesinato de Sigüenza, está atada a la historia de cómo el Estado se tardó seis años en seguir las pistas recabadas con su testimonio. Y, sobre todo, con la historia de cómo la desidia del Estado es parte de un epílogo macabro: el asesinato de la joven.

Aquel 2 de julio, el doctor Sigüenza llamó a su esposa a eso de las 2 de la tarde, poco antes de salir de la oficina del Seguro Social en la calle Arce del centro de San Salvador. La mujer no volvió a saber de su marido hasta eso de las 5:30 de la tarde. A esa hora, el doctor volvió a llamar para decirle que no se preocupara, que estaba tomando con unos amigos. Una joven, se entiende que Sonia, tomó el teléfono: “El señor está bolo y la camioneta está chocada”, le dijo.

La esposa de Sigüenza temió lo peor, diría luego a agentes de la Fiscalía que le tomaron entrevista como ofendida el siete de julio de 2008 en sede fiscal.

Entre esas dos llamadas, según las investigaciones de la Policía, Sonia -quien entonces tenía 16 años y a quien el médico pagaba por sexo desde 2006, cuando ella tenía 14- había llevado a Sigüenza hasta una casa “destroyer” en Valle Verde, como las pandillas llaman a las viviendas que usan para reunirse.

Sonia le diría luego a uno de los detectives de la DECO y a los fiscales que un vecino la había violado cuando ella tenía 12 años y que empezó a prostituirse a los 14. En una entrevista dijo que era su madre quien a veces le llamaba los clientes, a ella y a su hermana menor.

En julio de 2008, de acuerdo a la descripción de los hechos que consta en una de las piezas del expediente 534-CAS-2009, abierto en un tribunal especializado de San Salvador, Sonia convenció al médico de que la cita sexual de ese día ocurriera en la casa de Valle Verde, en Apopa. Para entonces, dice la acusación de la Fiscalía agregada al proceso, Sigüenza tenía ya dos años de tener una relación “sexual-comercial” con la menor.

Una nota que El Diario de Hoy publicó en noviembre de 2008 dice que la testigo del caso, es decir Sonia, era pandillera. No lo era de acuerdo a los investigadores que hablaron con ella, pero sí participó en el crimen del médico, como ella misma reconoció luego ante la Fiscalía, cuando aceptó beneficios a cambio de su testimonio.

La primera vez que habló con su esposa, Sigüenza Guardado ya estaba con Sonia. Pasaron a comprar cervezas y Pollo Campero antes de irse a Valle Verde. Una vez ahí, como había acordado con un grupo de pandilleros del Barrio 18 del lugar, la joven dijo al doctor que saldría un momento a comprar algo a la tienda; dejó la puerta de la casa entreabierta.

Un pandillero identificado solo como René –él era menor en 2008 por lo que nunca fue identificado plenamente en el proceso- y otro de alias “Snoopy” entraron a la casa de Valle Verde. Sonia luego contaría a los detectives que ella y esos dos pandilleros se conocían desde pequeños.

Cuando Sonia salió, los jóvenes quitaron al médico, borracho ya para entonces, al menos una tarjeta de débito y, a golpes, le obligaron a darles la contraseña. Luego, otros pandilleros sacarían 500 dólares de esas cuentas.

De acuerdo al testimonio de Sonia, el plan inicial no era matar a Sigüenza, sino solo robarle el dinero y la camioneta en la que había llegado hasta Valle Verde. “Snoopy” y René, sin embargo, decidieron que era mejor matar al doctor para evitar que los reconociera, sobre todo porque tenía ya un buen tiempo de conocer a Sonia.

Sigüenza habló por última vez con su esposa a eso de las ocho de la noche. A esa hora, la mujer estaba en una delegación de la PNC en la colonia Escalón, denunciando la desaparición de su marido, cuando su teléfono celular sonó:

“Ayúdeme, mama, ayúdeme… Me están dando vueltas por calles que no conozco”, le dijo el doctor Sigüenza a su mujer.

Unas horas después, Sonia entró en contacto con la Policía por primera vez. Según el detective Monroy, investigaciones posteriores determinaron que un cabo y dos alumnos de la Academia Nacional de Seguridad Pública tuvieron la oportunidad de evitar el asesinato del médico. En lugar de eso, el cabo se ocupó en violentar sexualmente a Sonia.

Antes de la medianoche del 2 de julio, de acuerdo a la bitácora de uno de los radio-operadores de turno en Apopa, la patrulla 240-A de la PNC detuvo a una camioneta todoterreno en la que iban dos hombres y una joven. Era el carro del médico Sigüenza.

A esa hora, se desprende de una línea del tiempo elaborado por Factum con base en los testimonios y actas policiales anexas al proceso judicial y al testimonio de Sonia referido por dos agentes de la DECO, el médico aún estaba vivo en la casa de Valle Verde. Los pandilleros que conducían la camioneta la traían de Tonacatepeque, donde habían ido a mostrarla a otro miembro del Barrio 18 que intentaría venderla.

Parte del expediente judicial que da cuenta de la petición fiscal de investigar a policías.

El radio operador de Apopa, entrevistado luego por la Fiscalía, dijo que los policías de la patrulla 240-A dejaron ir a los ocupantes de la camioneta porque a esa hora no tenían noticia de que el vehículo fuese robado. Sonia, sin embargo, contó otra cosa a fiscales y policías: les dijo que el cabo a cargo le pidió bajarse del carro, la llevó a un descampado cercano y la tocó. Ella contó que no opuso resistencia para que los dejaran ir.

“A esa hora el médico estaba vivo todavía”, aseguró en 2014 el detective David Jerónimo Monroy, quien dijo, además, que logró ubicar al cabo y lo entrevistó. “Usted pudo haber evitado ese crimen”, recuerda haberle increpado.

Hay pocas referencias al incidente en el expediente judicial. No obstante, una referencia anotada por la División Antihomicidios (DIHO) de Apopa, en el expediente 516HOM/APO-2008 de la Fiscalía, da cuenta de la intervención de la patrulla. Un oficio de la DECO, del 14 de julio de 2008, registra los testimonios de los radio operadores que certifican la retención momentánea de Sonia y los dos pandilleros.

Pero es una petición de la misma Fiscalía la que arroja más dudas sobre la patrulla 240-A: un día después del asesinato de Sigüenza, el fiscal asignado al caso pide a la DIHO de Apopa que localice y entreviste “a los miembros de la policía que horas antes de los hechos conducían el vehículo del ahora occiso (sic)”. De acuerdo a esta petición, los policías incluso utilizaron el carro en el que viajaba Sonia.

No hay evidencia en ninguna parte de la investigación policial de que la DIHO de Apopa haya cumplido la instrucción del fiscal. El detective Monroy aseguró, en 2014, que en la DECO nunca nadie se interesó por profundizar en el intercambio entre la patrulla 240-A y los sospechosos.

El cadáver de Sigüenza Guardado fue descubierto entre las dos y las tres de la mañana del 3 de julio por pobladores del caserío Guayacán, en una finca del cantón Valle Nuevo de Tonacatepeque, a la altura del kilómetro 22 de la carretera que de la Troncal del Norte conduce hasta ese municipio.

A principios de agosto, Sonia ya había recibido el beneficio de la Fiscalía y había entrado a la casa que cuidaban los agentes de la DECO, donde se repetirían intercambios como el que la joven había tenido con el cabo de la PNC la noche en que el doctor Sigüenza fue asesinado.

“Como ya se ha señalado se cuenta con la declaración realizada al (sic) testigo Alba, a quien se le ha otorgado medidas de protección…”, se lee en la primera pieza del expediente judicial abierto por el juzgado especializado de instrucción de San Salvador el 24 de julio de 2008. Alba, confirmó la Fiscalía General, es Sonia.

Mientras estuvo en la Casa de la Flor Blanca, coinciden Monroy, otro agente de la DECO y dos fiscales, Sonia habló del principio de la historia: la red de prostitución de la que ella formaba parte y a través de la cual había entrado en contacto con el médico. Fue ahí, explicó un agente de la Fiscalía, que ella habló varias veces de clientes de “alto perfil”. “Mencionó a diputados”, aseguró a Factum un agente del Ministerio Público que conoció el testimonio de la joven.
“Gente pudiente, gente con dinero”, repetía Sonia sobre sus clientes.

Uno de los agentes del Ministerio Público que conoció a Sonia y procesó toda información que ella proveyó sobre la red de trata insiste en que la lista de supuestos clientes era suficiente para iniciar una investigación amplia. Jefaturas en la DECO y la Fiscalía, dice este agente, se negaron. El detective Monroy comparte esa opinión.

“De hecho, desde el principio, en el caso de Sonia, los jefes trataron de ocultar que se trataba de una red de prostitución, que la víctima del asesinato -Sigüenza- era un pedófilo que pudimos comprobar que pagaba por tener sexo solo con menores de edad”, dice uno de los agentes que investigaron el caso.

En 2008, la Policía siempre manejó el caso como un secuestro express, y nunca reveló detalles sobre la trata de menores que arrojó la investigación ni sobre la pedofilia del médico asesinado.

El Estado contra la niña

Dos de los agentes del Estado entrevistados para reconstruir esta historia coinciden en que el testimonio de Sonia arrojó varios números de teléfonos, de proxenetas y clientes, ubicación de centros comerciales y restaurantes de comida rápida desde los que operaba la red, y pistas sobre la forma de operar.

En una entrevista, Sonia mencionó a otras dos jóvenes que conoció en los centros comerciales, Stephany y Catherine. En otro proceso judicial, el que involucra a “Gordo Max” y Ernesto Regalado, la testigo Natalia menciona a Stephany como otra de las miembros de una de las redes de trata de menores.

En el caso de Natalia y las otras dos jóvenes, los clientes, los explotadores fueron ciudadanos particulares, o, si se atiende a lo que dicen los funcionarios que conocieron a Sonia, políticos. El caso de Sonia fue diferente: ella tuvo que lidiar con victimarios en uniforme, el de la Policía Nacional Civil.

Cuando salió de la casa de la Flor Blanca, poco después de la vista pública por el asesinato del doctor Sigüenza, Sonia regresó a su hogar en Valle Verde. Pasó poco tiempo, ni un mes, antes de que alguien la matara.

“Mataron a la Sonia”, recuerda uno de los funcionarios que conoció a la joven el grito de la madre de la testigo protegida en el teléfono.

Corrían los últimos días de noviembre de 2008. Habían pasado casi cuatro meses desde que el Estado salvadoreño había ofrecido protección a la joven prostituta. Apenas unos días desde que ella había salido de la casa de la Flor Blanca, donde el ambiente se había enrarecido luego de que los intercambios sexuales entre Sonia y al menos tres policías supuestos a cuidarla eran asunto público en los pasillos de la DECO y la Fiscalía.

Factum habló con dos funcionarios públicos que, a título personal, llegaron a la casa de Sonia unas horas después de que su cadáver apareció, con varios impactos de bala, cerca de Nejapa Power. Uno de esos funcionarios refiere, bajo condición de anonimato, una de las frases que le dijo la madre de Sonia: “Así va a quedar, van a terminar matándome a mí”.

Antes de ser asesinado en noviembre de 2015, el detective Jerónimo Monroy compartió con Factum parte de los apuntes, fotos y algunos de los pocos documentos oficiales que dan cuenta de la vida y la muerte de Sonia. En una conversación con esta Revista, en la que admitió que él también se había acostado con la joven, repitió una y otra vez que había muchos policías implicados, que Sonia se había convertido en un estorbo demasiado peligroso.

— ¿Cree que la mató alguien de la DECO?, le pregunté.

—Es una posibilidad. En todo caso eso nunca lo sabremos, me contestó.

Entre esos documentos sobre Sonia hay tres fotos, tomadas poco antes de que ingresara a la casa de la Flor Blanca. Son las fotos de una adolescente de 16 años que, por la delgadez, más parece una niña de 14. Eso y la reconstrucción de esta historia es, hoy, lo poco que queda de Sonia, otra víctima de trata en El Salvador. También víctima, cuando menos, de la desidia del Estado por investigar a los agentes que, amparados en su uniforme, la violentaron, la golpearon y la desecharon.

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