El campeón del fútbol triste

El fútbol salvadoreño es malo y verlo es caro. Pero el arrastre que tienen los equipos tradicionales como Águila, Alianza o FAS trascienden la calidad futbolística. La final del domingo 26 de mayo ha sido ejemplar. Alrededor de la cancha, sin embargo, hay un mundo en el que los únicos ganadores son quienes organizan todo este aparato futbolístico. 

Foto FACTUM/Salvador Meléndez


La noticia la semana recién pasada de que el empresario Adolfo Salume, propietario y presidente del Alianza Fútbol Club, también tiene su dinero sobre el Club Deportivo Águila debería ser por lo menos un escándalo, por el evidente conflicto de intereses. Por ejemplo, si estos dos equipos llegaran a jugar un partido tan importante como una final del fútbol salvadoreño, ¿qué garantías de transparencia hubiera?

Alrededor de las 3:50 pm. Han pasado unos cinco minutos desde que el árbitro Ismael Cornejo decidió terminar el primer tiempo de la final Alianza-Águila y justo me puse a pensar en qué me garantiza que no estoy viendo un partido arreglado desde un escritorio, cuando una misma persona tiene inversiones en esos dos equipos. Quizás estoy desconfiando en extremo, me digo. Pero luego todas las dudas se me agrupan de nuevo al ver una interpretación de baile de Pepsi. Sí, Pepsi, la marca de la que también es presidente Adolfo Salume. ¿Será?, me volví a cuestionar. No creo que sea para tanto. Vuelvo a ver a mi izquierda, y allí está, a la orilla de la cancha, posando sexi, la Copa de la Primera División de Fútbol de El Salvador, la copa del torneo salvadoreño que se llama Liga Pepsi… ¿Será?

3:00 pm. El Cuscatlán no se llenó. Estuvo lejos de estar lleno. Los aguiluchos dejaron vacíos notorios en el Sol Preferente y en Sombra. Los aliancistas llenaron mejor sus espacios. Los precios altos de las entradas y el plus de la reventa que nadie quiere eliminar espantaron a muchos aficionados de los dos equipos. Ir al estadio es caro, no solo por el costo de una entrada, hay que incluir el transporte y cubrir los precios exorbitantes de una cerveza o incluso una botella con agua, todo multiplicado por cinco o por seis.

Pero al Alianza no se le puede quitar lo bailado. Su gente, su barra, es idílica con su equipo. El romanticismo que se ha creado en las últimas dos décadas en torno al equipo blanco lo ha convertido en el de mayor afición y con más arrastre. Atrás quedó aquel Águila de antaño que, aparte de su barra fiel, a donde iba tenía afición local.

El Cuscatlán, con vacíos en el lado de Águila para esta final, fue testigo de ello.

Otra vez, alrededor de las 3:50 pm. “La voz del estadio Cuscatlán” se deja oír por los altoparlantes y le da la bienvenida al presidente electo, Nayib Bukele, quien dejó por fin descansando la chumpa de cuero y ahora anda puesta una chumpa deportiva azul con franjas blancas que cubre una camisa blanca, en alusión a su afición por el Alianza. No le falta su gorra, también blanca. “Ey, Cepillín”, le gritan, de cariño, algunos aguiluchos desde Tribuna. A Bukele le empiezan a llover camisetas de la gente de Platea para que las firme. Desde un palco de primer piso saluda y estampa su autógrafo. Así va a pasar durante todo el descanso.

El sonidista de los altoparlantes del Cuscatlán, cuando todavía no había mucha gente dentro del estadio, antes de que empezara el partido, puso un poco de rock. Así entretuvo de momento a los que iban llegando con Audioslave y de repente se dejó ir con “Fear of the Dark” de Iron Maiden. Un buen recuerdo para los que fuimos al concierto de la banda aquel 6 de marzo de 2016. Pero nada es para siempre y la vena reguetonera, la de moda, saltó cuando el estadio empezó a tener más gente. Reguetón tras reguetón y bachata tras bachata.

2:20 pm. Cuando la voz del Cuscatlán presentó las alineaciones de los equipos, hubo una chifladera especial para Henry Romero, exjugador de Águila y ahora de Alianza. Un traidor para los aguiluchos. El listado de los jugadores no encendió los ánimos de los aficionados, aunque la voz del estadio se esmeró en mencionarlos con emoción. Quizás, en el lado de Águila, pesó también una temporada con muchos grises. La afición aguilucha, en realidad más pragmática que la aliancista, parecía que había llegado para reclamar un resultado, más que por tirar papelitos y cantar.

Lo que sí encendió a los aguiluchos fue cuando sus jugadores salieron a la cancha a calentar. Los siguientes 20 minutos antes del partido, la cancha del Cusca era un campo de entrenamiento intensivo.

Aliancistas al norte y aguiluchos al sur trotando, picando, haciendo zigzag y pasando la pelota, y las barras calentando las gargantas y las piernas para saltar.

Estampas de los aficionados en la zona de Sol General del Estadio Cuscatlán, en San Salvador, el 26 de mayo de 2019, durante el partido de la Final de Fútbol Profesional entre Aguila y Alianza.
Foto FACTUM/ Salvador MELENDEZ

1:50 pm. ―Hoy he vendido gracias a papá Dios ―me dice la señora de cabellos teñidos de platino que tiene camisas, sombreros y gorras del Águila para vender. Le ha ido bien. Me cuenta que trabaja con bancos y que los intereses la ahogan. Ella es comerciante en el mercado Central de San Salvador, allí tiene un puestecito en la calle. Dice que ya les avisaron que por la toma de posesión de Nayib Bukele, el sábado 1 de junio, hay dispositivos de seguridad y es muy probable que ese día no permitan ventas en las calles como la de ella. Es un rumor, me dice. Espera que dejen vender, “porque hay que comer y pagar las deudas”.

3:00 pm en adelante. En los primeros diez minutos, Alianza ya había dejado claro cómo iba a ser su partido: empedrado. Dos faltas fuertes de aliancistas sobre aguiluchos que no valieron la tarjeta amarilla de Ismael Cornejo fueron el preámbulo de un partido de mucha patada, de mucha estrategia y de poco fútbol libre, de pocas ideas y de cero goles al final.

Águila se cansó más rápido y en los noventa minutos quedó rendido. Cornejo pitó el final y entonces el alargue: dos tiempos más de quince minutos cada uno. Receso.

Atrás de Tribuna parece otro mundo. Nadie está viendo fijo el partido. Hay colas de mujeres y hombres para entrar a los baños. Hay venta de hamburguesas y de cervezas. Allí tiene su cabinita el canal 4 que transmite los partidos de fútbol de El Salvador. Dentro se puede ver a Roberto Bundio, hastiado de ver lo que todos vemos: un partido sin fútbol. Un policía fuma un cigarro mientras platica con un aguilucho. Es como una sala de estar. Hay que volver al graderío.

El primer tiempo del alargue fue de Alianza, que tuvo tanta llegada como quiso, mientras Águila le apostaba al pelotazo y al balón aéreo que solo algunas veces el delantero Waldemar Acosta logró conectar con la cabeza. Eso era todo. El segundo tiempo del alargue fue para Águila, que despertó de repente, pero tampoco logró convertir en goles las llegadas que tuvo. Lo más peligroso de todo el partido fue un tiro de fuera de área que pasó muy cerca por lo alto de la meta aliancista. Más nada. Penaltis.

Más allá de las 5:30 pm. En 1987, la última final que jugaron Águila y Alianza, quedaron cero a cero y se fueron a penaltis, justo como hoy. Ganó Alianza 3-1. Estos dos equipos tienen pocas finales en su historia. Cuatro para ser exactos. La primera la ganó Alianza 2-1 en la temporada 1965-1966, cuando los torneos eran de un año completo. Diez años después, Águila iba ganarle la final al Alianza 3-1 en el campeonato 1975-1976. Y luego, otros diez años después, en el torneo 1985-1986 iba a ganar el Alianza por penaltis. Ese partido se jugó en febrero de 1987, postergado por el terremoto de octubre de 1986. En realidad, Águila no le había ganado en una final al Alianza desde 1976, hacía cuarenta y tres años. Esta vez los penaltis los volvían a juntar como en la última final que jugaron.

Águila tuvo revancha redonda. Ganó como había perdido hace 32 años: 3-1. Benji Villalobos, el portero aguilucho, se quitó dos penaltis. Y Waldemar Acosta, que no hizo nada más que naufragar en todo el partido, desde la mancha penal no falló. Estallido de gritos eufóricos, abrazos y lágrimas inclusive. El Águila volvía a ser campeón por encima de, quizás, su rival histórico más fuerte.

Y cada aguilucho que tiene una historia familiar con este equipo empezó a dedicar el partido a su gente que ya no está. “Por vos, Mudo”, se escuchó un grito en Tribuna para recordar a Rodolfo Alvarado, el memorable “Mudo del Águila”. Y en las redes sociales, por la noche, se escribieron dedicatorias para papás, mamás, hermanos. Águila no ganaba una final desde 2012 contra Metapán. “Al fin”, me dijo ebrio y llorando un señor desconocido de unos cincuenta años mientras me abrazaba. Los aguiluchos terminaron felices y las ganancias económicas que deja este partido también pondrán feliz a Adolfo Salume.

El fútbol malo y sin resultados que ha tenido el Águila en esta década es posible que quede olvidado con este gane de la final contra el Alianza.

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