El asesinato desapercibido de una defensora de derechos humanos

El homicidio de Karla Quintanilla, una reconocida activista por los derechos de las trabajadoras sexuales, fue repudiado a nivel internacional pero fue casi desconocido en su propio país. La policía apunta que su activismo y desafiar a las pandillas con el pago de la renta en el centro de San Salvador provocaron su muerte. La investigación del crimen, cometido en mayo de 2016, está detenida: nadie quiere testificar en tribunales. 

Foto FACTUM/Salvador Meléndez


En la tarde del día de su muerte, Angélica Quintanilla Hernández, mejor conocida como Karla, se encontraba sentada en un aula de la Universidad Nacional interrumpiendo a una catedrática de sociología. Karla, fundadora y directora de la Asociación Liquidambar, presenciaba la defensa de una tesis de derecho que examinaba el marco jurídico de su profesión: el trabajo sexual.

Mabel Argueta, coautora de la tesis, recuerda que en ese momento una de sus lectoras, la socióloga, estaba descartando los méritos del estudio por ser el trabajo sexual “una herramienta del patriarcado”. Karla, mujer de baja estatura, morena, de pelo negro y cara de luna, se puso de pie y cortó la charla.

—Señora, yo trabajo en esto porque yo quiero- dijo Karla con firmeza pero pidiendo la palabra antes de hablar- Y bajo el sistema capitalista incluso lo que usted está haciendo puede ser prostitución porque le están pagando por su trabajo. Está vendiendo su tiempo igual que yo.

—Allí la defensa se desnaturalizó bien bonito, dice Mabel con una sonrisa.

Mabel había tomado la decisión de invitar a Karla sin pensarlo dos veces. Mabel la había conocido a inicios de su investigación por el trabajo que Karla realizaba en pro de los derechos de las trabajadoras sexuales. Como estudiantes de derecho, a Mabel y a su coautora, María de Jesús Peña, les había resultado fascinante elegir el trabajo sexual como tema de la tesis, dada la enrevesada relación de esta profesión con el sistema jurídico salvadoreño.

A diferencia de otras organizaciones de trabajadoras de sexo que Mabel y María de Jesús habían abordado inicialmente, Karla puso a disposición todos los recursos de Liquidambar para realizar el estudio, incluso repartiendo las encuestas de trabajo de campo personalmente para que las investigadoras no tuvieran que enfrentar el riesgo implícito en visitar a las trabajadoras en sus cuartos.

Al finalizarse el evento, a Mabel y a María de Jesús se les otorgó un 9 a la tesis.

Antes de despedirse ese tarde, Karla pidió que todo el grupo se tomara una foto.

—Yo les agradezco porque he venido a hacer lo que más me gusta: defender los derechos de todas las mujeres que están en la misma situación que yo- dijo Karla mientras el compañero de Mabel las fotografiaba con su celular.

Estas fueron las últimas fotos que se tomarían de Karla Quintanilla. Tres horas después fue asesinada.

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Karla Quintanilla fue directora de Liquidambar, una ONG que se dedica a velar por los derechos de las trabajadoras del sexo desde que la fundó en 2009. Karla comprometió su vida al activismo desde que llegó a San Salvador desde San Miguel, su ciudad natal, hace más de veinte años a ejercer el trabajo sexual en la capital. Graduada de secretaria, sus excompañeras de Liquidambar especulan que Karla decidió optar por esta labor para mejorar sus posibilidades económicas como madre soltera. Sin embargo, se incorporó al sector con un ojo crítico y consciente, rápidamente involucrándose con trabajos de organizaciones como Flor de Piedra mientras se prostituía en el centro de San Salvador.

Karla Quintanilla, fotografiada en su cuarto en el centro de San Salvador.
Foto FACTUM/Salvador Meléndez

El Comandante del Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM) del Distrito 6 de San Salvador, Mario Antonio Sibrián, conoció a Karla Quintanilla durante esa época mientras colaboraba con el Programa Huellas de Ángel en 1999. Desde ese momento, el Comandante Sibrián la vio crecer como persona, pasando de ser beneficiada de la Fundación, activista organizada, hasta fundar su propia organización- la primer (y única) agrupación de trabajadoras del sexo en tener una relación de trabajo constante con la Alcaldía de San Salvador.

—La situación antes era muy crítica- dice el Comandante Sibrián. Había demasiada violencia dentro del sector y de las instituciones hacia ellas.

Reaccionando ante esta situación, Karla impulsó la creación de una mesa de trabajo con la alcaldía, el Comité de Prevención de Violencia en 2010. La situación para las trabajadoras se había vuelto especialmente crítica en esos momentos en gran parte por las declaraciones del alcalde Norman Quijano, quien había prometido quitar a todas las trabajadoras del sexo de la calle a inicios de su periodo. Sin embargo, gracias a las negociaciones impulsadas por Karla, Quijano dio su aval para la creación del Comité, el cual ahora integra al Ministerio de Salud, la Policía Nacional Civil (PNC), el CAM, varias oenegés e incluso algunos dueños de barra shows y nightclubs del Distrito 1 y 6 para atender a las necesidades de las trabajadoras sexuales.

—Karla fue una de las trabajadoras que se dio riata, por decir así, por pelear por los derechos de las mujeres, reconoce el Comandante Sibrián.

Karla tenía la facilidad de moverse entre varios mundos, integrándose también con redes de trabajadoras sexuales en México, Argentina y Europa. Entre sus metas principales estaba posicionar a las trabajadoras del sexo dentro de las demás organizaciones de la sociedad civil. Participó como observadora en las elecciones de 2014, asistía a reuniones de la Iniciativa Social para la Democracia (ISD) y apoyó en la formulación del Plan Estratégico de VIH 2016 de CONASIDA. Cualquier plantón, cualquier red de derechos humanos y contraloría social: Karla estaba presente. Es más, logró asegurar un pequeño pero constante financiamiento para su organización a través de la cooperación extranjera.

Además de ser una hábil negociadora, sus compañeras y colegas la recuerdan como una persona que emanaba calidez humana y pensaba en las necesidades de los demás antes de pensar en las propias.

—Siempre se quitaba el pan de la boca para nosotras. Siempre nos abrió la puerta, dice Eunice Bonilla, una mujer delgada y de ojos zarcos, quien pertenecía a Liquidambar junto con Karla.

Una donante, quien prefirió permanecer en anonimato, recuerda que a pesar de ser una “líder nata”, Karla no buscaba el poder. Más bien, ella era una persona que se apasionaba por su trabajo y por las personas y organizaciones con las que trabajaba, según varios de sus conocidos.

 Karla realizaba abordajes cara a cara con mujeres trabajadoras del sexo tanto en los negocios como en las calles. Por ejemplo, hablándoles de sus derechos como trabajadoras y entregándoles condones cuando estos no se podían encontrar. Esto último era una labor especialmente crucial en un contexto donde las trabajadoras sexuales de El Salvador generalmente reciben solo $5 por “el rato”. Y de estos ingresos tienen que apartar una buena parte para la renta, tanto de su lugar de trabajo como para el dinero de extorsión de las pandillas, el cual cada vez va en aumento.

De la vida privada de Karla Quintanilla Hernández se conoce muy poco. Rara vez hablaba de su vida personal. Se sabe que con su muerte dejó a dos hijos, a quienes les pagaba estudios universitarios con sus ingresos del trabajo sexual.

—Ellos sabían lo que hacía su mamá y estaban orgullosos. Así de empoderada estaba -dice el Comandante Sibrián.

En mayo de 2016 su muerte fue repudiada por redes de trabajadoras sexuales en Panamá, Argentina y Ecuador, incluso llegando a ser el primer tema a tratarse en un congreso en México. Hace poco, un sitio web que sirve de memorial para defensoras de derechos humanos que han fallecido a nivel mundial listó un obituario de Karla entre las nuevas muertes a conmemorarse este año.

Y sin embargo, a pesar de esta carrera y con un nivel de reconocimiento a nivel mundial, la  muerte de Karla pasó casi desapercibida en su propio país.

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En San Salvador, labora un estimado de entre 4,000 a 7,000 trabajadoras sexuales. La imagen que se tiene en la capital es de estas mujeres paradas en la vía pública en la Avenida Bernal o en la zona de La Campana solicitando sus servicios después del anochecer. Sin embargo, la mayoría trabajan en casas de citas, cervecerías, barrashows o night clubs como la Casa Keyson y la Cervecería El Carbón, ya que estos lugares generalmente conllevan a ingresos más elevados y ofrecen cierta protección.

Karla en un taller de fortalecimiento interno a inicios de 2016.
Foto FACTUM/Cortesía

No obstante, sin importar su lugar de trabajo, las mujeres trabajadoras del sexo, tanto trans como cisgénero (personas nacidas mujer), están expuestas a niveles de riesgo extremo casi a diario. Un estudio del PNUD publicado en 2013 señala que en todo el país el 41% de mujeres trabajadoras sexuales reporta haber sufrido violencia física en el último año. Muchas se ven obligadas a ingerir drogas y alcohol contra su voluntad para complacer a sus clientes, exponiéndolas a infecciones de transmisión sexual como el VIH y la gonorrea, a la adicción y a la violencia física. Un 20% de trabajadoras sexuales del país reporta que ha tenido por lo menos un intento de suicidio. Menos de la mitad (47%) dice haber alcanzado sus metas en la vida.

Muchas de estas mujeres son madres (el 83% en el área metropolitana) y trabajan para mantener a sus familias. El 66% asegura que “optó” por el trabajo sexual por necesidades económicas—una cantidad arrasadora (el 91.9%, según el PNUD) lo dejaría si pudiera.

Estas cifras representan a aproximadamente 23,000 mujeres en todo El Salvador, – un 1.29% de la población femenina. No obstante, en El Salvador no existe una ley que regule el trabajo sexual. Es una labor que se ejerce dentro de un vacío legal y está a la merced de ordenanzas municipales que regulan la solicitud de servicios sexuales en la vía pública. Es decir, el Estado les permite cobrar por su trabajo pero ignora la precariedad de sus condiciones laborales.

No es sorprendente que la muerte de Karla Quintanilla haya sido tan poco sonada en El Salvador. Su asesinato fue reportado únicamente en La Página, quienes la incluyeron como un apartado más (y con una edad errónea) entre todos los demás homicidios ocurridos ese día. Excolegas y amigas recuerdan que la noticia del asesinato apareció brevemente en los canales 4 y 12, presentado como el homicidio de una trabajadora sexual en la zona del Reloj de Flores y nada más.

Muy pocas organizaciones de mujeres y de sociedad civil se pronunciaron ante su muerte a pesar de su vínculo con organizaciones como FESPAD, ISD y ORMUSA. No hubo ningún hashtag, ninguna manifestación, ningún pronunciamiento con firma colectiva; solo un pequeño obituario circulado en Facebook con una imagen de Karla sentada a la par de una estatua de Mafalda y firmado con las iniciales E.B.

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E.B. labora para una ONG extranjera que trabaja de cerca con el sector de trabajadoras sexuales y población LGBT en El Salvador. E.B. tiene los ojos azules, tristes y el hábito de pacientemente doblar servilletas una y otra vez mientras conversa.

—Tuve la necesidad de escribir algo. Karla era una persona muy cercana, muy querida para mí, dice.

E.B. conoció a Karla en los momentos en que Karla organizaba el plantón frente a la alcaldía de San Salvador que conllevaría a la formación del Comité de Prevención de Violencia en 2010. E.B. quedó admirada por el trabajo de Karla en esos momentos, quien logró que Quijano, el edil que siempre se recordará por los combativos desalojos nocturnos de los vendedores de la Calle Arce, se sentara a negociar con las trabajadoras en vez de quitarlas de la calle.

 —La limitación que tuvo ese Comité, y que tiene ese Comité, lamenta E.B., es el tema principal, fundamental, diario de la extorsión de las mujeres por parte de las pandillas y la inseguridad por parte de las pandillas. Aparentemente eso no se puede hablar en voz alta porque allí están los miembros del CAM y la policía… Con eso se dejó fuera de la agenda el problema más grande que enfrentan las trabajadoras sexuales.

El Comandante Sibrián representa al CAM activamente dentro del Comité de Prevención de Violencia y en ningún momento mencionó el tema de las pandillas dentro de las labores del Comité. Sin embargo, reconoce el largo camino que travesó junto a Karla para convertir a su institución, a su valoración, en un ente que pasó de reprimir a las trabajadoras sexuales a uno que ahora busca trabajar productivamente con ellas.

—Esta población es bien golpeada, marginada por la sociedad, admite el Comandante Sibrián, pero cuando usted entra con ellas, descubre que son personas importantísimas, que son personas que valen la pena.

Posiblemente haya sido su amistad con Karla lo que le haya permitido al Comandante Sibrián ver este lado de las trabajadoras de la avenida Independencia. Y es que Karla, más allá de tener buenas relaciones profesionales, era muy cercana con sus colegas. Su vida, fuera de su relación con sus hijos, giraba casi completamente en torno al activismo.

Tanto la ONG de Karla como el cuarto que alquilaba para realizar el trabajo sexual quedan a pocos metros de la delegación del CAM del Distrito 6. Por lo mismo, Karla solía visitar al Comandante varias veces en el transcurso del día. Los dos eran buenos amigos.

Sibrián temía a menudo por la seguridad de Karla ya que tenía entendido que la habían amenazado en varias ocasiones.

—Nunca nos dijo ni quien ni dónde ni cuando pero sí mencionó que la habían amenazado. Que en varias ocasiones habían tenido intentos de asesinarla. Ella sabía todo eso y sabía los riesgos a los que se estaba sometiendo, dice Sibrián.

Sus conocidos especulan que las amenazas pudieron haber provenido de dos fuentes en particular: de las pandillas, a las que Karla se les oponía al momento de pagar la renta, y de ciertos dueños de negocios de comercio sexual, personas a las que Karla habría denunciado o a las que les había “quitado” una trabajadora por haber sufrido maltrato a sus manos.

—Yo la aconsejaba, dice Sibrián, de hecho la noche antes que muriera habíamos estado platicando aquí afuerita de la delegación. Le decía que por qué andaba afuera tan noche, que tuviera cuidado. Solo me dijo que no me preocupara y se fue.

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Karla tenía años de trabajar en un cuarto sobre la 20 avenida norte, a escasos metros de la avenida Independencia. Esta zona de la avenida, cerca del Reloj de Flores, es hacinada y llena de actividad y olores fuertes durante el día: camiones entran y salen de La Constancia y la arteria se paraliza a menudo con la cantidad de buses dirigiéndose hacia la Terminal de Oriente. En las aceras, hombres cargan enormes costales de botellas plásticas para reciclar frente a una de las múltiples bodegas de la zona y, por supuesto, en las calles aledañas, mujeres maquilladas se apoyan en los marcos de sus puertas para atraer a los peatones. Una de estas calles es la 20 avenida, un pasaje corto y poco destacable. Se distingue por tener un negocio de servicios sexuales llamado El Emperador, varios cuartos independientes, un mesón y una humilde cantina. Toda esta zona es territorio activo de la pandilla Barrio 18 Revolucionarios.

El 6 de mayo de 2016, después de interrumpir la defensa de tesis de Mabel con tanta pasión y aplomo, Karla, como de costumbre, se dirigió a su cuarto, ubicado sobre esta misma calle. Pasaban las 5 de la tarde.

Una testigo recuerda que al llegar, Karla la saludó antes de ingresar a su cuarto para cambiarse para el trabajo. Le comentó que venía de un evento en la Universidad. Pronto comenzaron a llegar los clientes y Karla se fue a trabajar su turno en El Emperador. Cerca de las 8 p.m., la misma testigo asevera haber visto a Karla retornar a su cuarto y partir una vez más hacia la parada de autobuses sobre la avenida Independencia camino a su casa en Soyapango.

Sin embargo, antes de que Karla pudo alcanzar la avenida, una moto con dos hombres salió de la calle Castillo, un callejón perpendicular, y dobló sobre la 20 avenida. La testigo afirma que uno de los hombres le silbó a Karla, quien dio la vuelta. Al momento, el sujeto que iba de pasajero soltó una ráfaga de disparos, baleando a Karla Quintanilla nueve veces en el tórax antes de dar la vuelta en la moto y huir hacia la Alameda Juan Pablo II.

La testigo asegura que no vio nada más. Se encerró en su cuarto y no salió hasta mucho después, por temor a represalias.

Marta, quien vive a escasos metros del lugar del crimen, escuchó los balazos mientras veía el programa Bonanza y se tiró al piso sin apagar el televisor. Minutos después, un conocido vino con la noticia de que habían matado a su “jefa”.

Eunice inmediatamente salió del mesón sobre la 20 avenida norte, donde habita, y vio a Karla agonizando sobre la acera.

—Yo sí la vi allí tirada donde ella estaba– afirma Marta. —Solo la vi. Todavía tenía los piecitos para acá [viendo hacia su cuarto]. Y la abracé y vino la ambulancia municipal y me sacaron.

La investigación de la Policía Nacional Civil sostiene que, mientras tanto, los homicidas retornaron por la Avenida Juan Pablo II y observaron desde una gasolinera cercana cuando los Comandos de Salvamento subieron a Karla a su ambulancia. Querían asegurar que habían cumplido su cometido.

Seguidamente, Marta, en su pánico, corrió de vuelta al mesón donde vive con Agustina, otra miembro de Liquidambar. Con los pocos centavos de saldo que les restaban, las dos le marcaron a E.B.

—Solo me decían, totalmente histéricas, que acaban de balear a Angélica y que no sabían qué había pasado con ella. Y que qué podían hacer y que no tenían saldo y que yo tenía que llamarles y colgaron. Fue como a las 8:30. Yo (estaba) en mi casa.

E.B. inmediatamente se contactó con los Comandos.

—Ellos me decían que la unidad estaba frente al Hospital Rosales– dice E.B. —Y yo escuché mientras hablaba con los Comandos, que ellos a su vez hablaban por radio con la ambulancia que había ido al Rosales. Allí ya escuché que decían que estaba fallecida.

Recuerda E.B., quien dice nunca haberse imaginado estar en un escenario similar, que tuvo que informarle a Leidy, la hija de Karla que residía con ella en Soyapango, que su madre había sido asesinada.

Mabel Argueta, exhausta después de la defensa de su tesis, se durmió temprano esa noche y no se enteró hasta primera hora del día siguiente por la cantidad de llamadas perdidas que había recibido en su celular.

Mabel Argueta posa con una copia de su tesis frente a la estatua de Minerva en la Universidad Nacional de El Salvador. Diciembre 2016.
Foto FACTUM/Nicola Chávez

El Comandante Sibrián, a su vez, estaba en casa cuando ocurrió el homicidio. Sus agentes fueron las primeras autoridades en llegar a la escena del crimen segundos después del escape de los homicidas.

El hecho de no haber estado esa noche le sigue doliendo al Comandante Sibrián.

—Si hubiera podido, yo mismo le hubiera pegado un balazo a ese cerote– dice el Comandante con dolor, refiriéndose al asesino.

***

Han pasado nueve meses desde la muerte de Karla Quintanilla y aún no hay procesados por el homicidio. Una fuente dentro de la Asociación Liquidambar dice que a pesar de que en la Fiscalía General de la República no le aportan ninguna información sobre el caso, le recomiendan que siga llegando a las oficinas para poner presión sobre el mismo. En la PNC, sin embargo, la investigación ha finalizado: dicen que tienen identificados a los supuestos responsables e incluso tienen un cronograma del homicidio.

La investigación entiende que desde las 7:40 pm, un hombre con bicicleta había servido de centinela sobre la 20 Avenida, esperando a que Karla saliera del trabajo. Durante su vigilia, se detuvo un momento para charlar con una mujer de El Emperador. Al ver que Karla salía de su cuarto, el hombre le avisó a los dos autores materiales del crimen, los que la testigo ubica sobre una moto, pero quienes la policía concluye que andaban a pie.

Antes de doblar sobre la 20 Avenida Norte, los asesinos pausaron para recolectar el arma de un vendedor de frutas sentado en la esquina, quien en estos momentos se encuentra en custodia. Después de dispararle a Karla repetidas veces, los hombres, uno vestido de rojo y el otro de blanco, se quitaron sus camisetas al huir y luego se reincorporaron al público que observaba mientras Karla recibía los primeros auxilios.

Todo esto se sabe en gran parte gracias a la cámara de la alcaldía instalada sobre un poste en la 20 Avenida, que captó los movimientos de estas personas la noche del 6 de mayo. Desafortunadamente, Karla se encontraba fuera de la vista de la cámara al momento de ser baleada.

Pese a que varios detalles del incidente siguen en la penumbra, no cabe duda de que este fue un operativo montado con mucha intencionalidad. La pregunta restante sigue siendo el por qué.

Mabel Argueta teme que la invitación a la Universidad Nacional habría puesto a Karla en territorio de la pandilla contraria. Las compañeras de Liquidambar señalan que el día antes de su muerte, El Emperador había sido cateado por la División Antinarcóticos de la Policía y que la culpa se le había echado a Karla por su cercanía con las autoridades. Otras personas se preguntan si fue porque Karla se resistió al alza de la renta impuesta por los Revolucionarios (elevada de $5 por semana a casi $20). Otros, que la dueña de un night club en particular le guardaba rencor por haber apartado a una de sus trabajadoras seropositivas. Sin citar fuentes, La Página especula que el asesinato pudo haber sido por un pleito con un cliente.

La PNC, sin embargo, cree firmemente que los motivos del homicidio residen en el activismo de Karla. La mujer con la que platicaba el centinela en los minutos antes de la balacera es conocida como La Seca, una exempleada también de El Emperador. Además de ser trabajadora sexual, el rumor es que a La Seca se le delegaba la tarea de cobrar la renta y la PNC considera que su pareja es un palabrero de los 18 Revolucionarios encarcelado en el Penal de Izalco.

Al parecer, lo que la testigo no vio esa noche es que Karla, antes de comenzar su turno, había tenido un fuerte intercambio con La Seca, como los solía tener a menudo. Los detalles de esta conversación en particular se desconocen, pero poco después del pleito, la PNC tiene registro de una serie de llamadas que salieron del penal de Izalco dirigidos a varios celulares de esa zona. Se desconoce de qué nivel provino la orden de ejecución, si desde niveles medios o de los altos mandos de los Revolucionarios. Pero es de notar que los Revolucionarios rara vez realizan una ejecución sin una consulta previa.

Y es que, de cierta manera, acorde a las investigaciones de la PNC, hay un poco de veracidad en todas las suposiciones sobre los motivos del asesinato de Karla. Ella, desde hace mucho tiempo, había dejado de ser una fuerza controlable por los 18 Revolucionarios, quienes perciben a las mujeres trabajadoras del sexo de la zona como su patrimonio. Una parte muy significativa de los ingresos de la pandilla proviene directamente de ellas. El control sobre ellas es absoluto: suben el monto de la renta a su antojo y a veces pasan a cobrar en días inespecíficos para mantenerlas alertas y atemorizadas. Si alguna no alcanza a juntar el dinero para el día indicado, las represalias pueden ser amenazas, golpes e incluso la muerte. Con que una mujer se vaya de la zona ya es fundamento para ejecutarla, porque la creencia es que puede que se haya ausentado para darle información a las autoridades o a una pandilla contraria.

Karla, sin embargo, por su naturaleza aguerrida y por su trabajo de defensa de derechos humanos, no se regía por estos parámetros. Ella se relacionaba libremente con las autoridades, les informaba a las mujeres trabajadoras del sexo sobre sus derechos, se oponía personalmente a las alzas en la renta (se rumora que Karla una vez hasta llegó a pegarle un carterazo a un pandillero por faltarle el respeto al momento de cobrar) y en casos de maltrato o abuso, apartaba a la víctima del negocio o lugar de trabajo. Todo esto la situaba como una amenaza a las operaciones territoriales de los Revolucionarios. La policía cree que se aprovecharon de la mala relación que tenía con La Seca, un elemento de su confianza, pero el deseo de matar a Karla respondía a intereses mucho mayores. Karla había dejado de ser, en el lenguaje de la calle, “una puta más” y, por lo tanto, había que eliminarla.

El control de los Revolucionarios sobre la zona es tan omnipresente que a pesar de tener recopilada toda esta información, la PNC no puede proceder con el caso por falta de personas que estén dispuestas a testificar en el proceso judicial. Con un solo balazo hubiera bastado para asesinar a Karla Quintanilla pero la pandilla, según la investigación policial, tomó la decisión de ejecutarla con una ráfaga: era necesario que todas en la cuadra entendieran qué les sucede a las que se pasan de la raya.

La persona quien dice haber visto el asesinato a primera mano, por ejemplo, ya se ha decidido a no testificar. Dice que la 20 Avenida es su zona de trabajo y no se atreve a alejarse por las necesidades de su familia.

—Como dicen: “Vi, oí y callé”— concluyó tristemente.

La PNC, a su vez, dice que no remitirá el caso a la Fiscalía hasta asegurar que tiene personas que estén dispuestas a testificar. La investigación esperaba que esto pueda ser para inicios de este año. Para mientras, las amigas y excolegas de Karla Quitantilla seguirán esperando información sobre su asesinato a oscuranas.

***

Hoy día, el trabajo de Liquidambar, el legado más fuerte que Karla pudo haber dejado, avanza con enorme esfuerzo y dificultades. Con Karla, por ejemplo, murió mucha de la información y conexiones con instituciones y redes internacionales que la Asociación ahora está reconstruyendo lentamente. Encima de eso, las miembros alegan que Leidy, hija menor de Karla, se quedó con la computadora de Liquidambar después del funeral de su madre y huyó a su ciudad natal.

A pesar de que las oficinas de Liquidambar han sido trasladadas de la Avenida Independencia a otra zona de San Salvador, la Asociación ha sufrido más robos de equipos. Pero sobre todo, es la pérdida de un liderazgo tan fuerte como el de Karla que representa la mayor dificultad para estas mujeres, quienes todavía le guardan un pequeño altar en sus oficinas.

La muerte de Angélica Miriam Quintanilla, mejor conocida como Karla, es un ejemplo de cómo la marginalización estructural, alimentada y alimentadora del crimen organizado, impide los esfuerzos de defensores de derechos humanos. Quizás si Karla no hubiese representado uno de los sectores más rechazados y abyectos de nuestra sociedad, su muerte hubiera sido llorada y repudiada como las de Francela Mendez, Israel Antonio Quintanilla o Tania Vásquez. Quizás si su misma postura marginal no la hubiera puesto al filo del peligro constantemente, no hubiera muerte qué llorar.

El pequeño altar que sus compañeras le han dedicado a Karla.
Foto FACTUM/Nicola Chávez

El obituario a Karla escrito por E.B. dice cortantemente:

“En Honduras mataron a Berta Cáceres, en El Salvador a Angélica Quintanilla”.

Según ella, la muerte de Karla se debe de ubicar dentro de un marco más amplio de muertes y amenazas a defensores y defensoras de derechos humanos y que estos asesinatos, frecuentemente impunes, representan un ataque al movimiento social por negligencia estatal.

En diciembre de 2016, poco antes de la Navidad, Agustina pasó el tiempo en las oficinas, organizando la nueva donación de condones para Liquidambar. Era temprano por la mañana y las luces todavía no se habían encendido, mientras ella y otra compañera planificaban el convivio navideño de la organización. Ese día no llegarían muchas mujeres a las oficinas. La pandilla esperaba su aguinaldo ese mes y la mayoría debía trabajar para cumplir con el bono.

El sol se filtraba por las ventanas, iluminándolas a las dos durante la reunión. A media conversación Agustina pausó un momento y le dijo tristemente a su compañera: “Cómo quisiera que Karla estuviera acá para celebrar con nosotras”.

Agustina miró hacia el retrato de Karla, hacia el pasado oscuro que todavía buscan eludir y hacia un futuro incierto para ella, su organización y sus colegas trabajadoras sexuales.

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