Boca-River: mucho más que un clásico

Caín y Abel, según el lado desde el que se mire. Luciendo sus mejores ropajes; estirando el legado de nombres y apellidos ilustres; desafiando inclemencias climáticas. El Club Atlético Boca Juniors y el Club Atlético River Plate firmaron un trepidante 2-2 en la ida de la final de la Copa Libertadores. El resultado deja abierta la batalla del próximo sábado 24 en el Monumental, casa de River, y que da sentido a como lo definió el popular estadígrafo Mr. Chip: “Esto es la Tercera Guerra Mundial”.

Fotos/Cuenta oficial de Twitter de Boca Juniors


¿Recuerda aquella película llamada “The Bucket List” en la que Morgan Freeman y Jack Nicholson interpretaban a dos enfermos desahuciados dándose sus últimos gustos por el mundo? Pues si en algún momento decide confeccionar su lista de deseos, más allá de su estado de salud actual, hay algo que no puede faltar entre las cosas por hacer antes de morir: ver un Boca-River in situ.

La elección compartirá, posiblemente, espacio con volar en globo, arrojarse en paracaídas y otras experiencias que arrojan sensaciones intransferibles. Y, valga la aclaración, poco importa si le gusta el fútbol o no. Esto es algo más que un partido, mucho más que un clásico.

Pero, más aún, todo se potencia al infinito si el superclásico argentino se da en el contexto especial de la actualidad: una final de Copa Libertadores de América, algo inédito hasta que llegó este domingo 10 de noviembre, cuando se midieron en La Bombonera, casa de Boca Juniors y lo más parecido a un olla en estado de ebullición.

Emoción en La Bombonera. En cada Boca-River se juegan dos partidos: el de la cancha y el de la tribuna. Esta vez el baile lo condujo el Xeneize. El próximo sábado será el turno de River.
Foto/Cuenta oficial de Twitter de Boca Juniors.

Todo por decidir

Nada está escrito, por supuesto, pero River salió mejor parado a pesar de que sus dos goles de visitante no contarán en un hipotético empate, regla que se utiliza desde los octavos de final a semifinales, pero que queda sin efecto en las finales. El Millonario mostró el carácter para recuperarse en dos ocasiones, tras ir en desventaja y lo definirá ante su gente, donde ningún aficionado boquense podrá ingresar por el famoso impedimento de los hinchas visitantes a asistir a juegos de alto riesgo. Y vaya si este lo es, al punto que ni siquiera la enérgica solicitud de Mauricio Macri –expresidente de Boca Juniors y actual presidente de la República– pudo lograr el regreso de los “visitantes”.

Aunque los goles de visita no valdrán el doble en un hipotético empate global, River Plate puede sentirse muy satisfecho con el 2-2 registrado en la ida.

Definitivamente, no era el momento, por más que lo que se pretendía era vender al mundo un juego apasionante, desbordante en sensaciones, pero sin violencia. Buenos Aires ha demostrado recientemente que puede organizar, y garantizar seguridad, en unos Juegos Olímpicos de la Juventud que rozaron la perfección. Y en unas semanas será sede de la cumbre del G20, donde llegarán los líderes más poderosos del planeta. Pero un Boca-River es diferente: el fútbol argentino ya se ha cobrado 317 vidas y no era necesario correr más riesgos, sobre todo con los altos niveles de intolerancia que el clásico suele generar.

Del barrio al mundo

Es difícil encontrar una rivalidad como esta en el fútbol mundial, sobre todo porque ambos tienen un origen común: el barrio de La Boca, en la zona de sur de Buenos Aires. Allí se fundaron ambos. River en 1901 y Boca en 1905. Luego River se mudó, primero a Palermo y luego a Nuñez, en la parte más acomodada de la capital. Boca, en cambio, siguió en el pintoresco barrio donde los inmigrantes italianos, mucho de ellos genoveses, eran mayoría. River es el máximo ganador de títulos a nivel local, con 36 (contra 32); Boca, en cambio, tiene más a nivel internacional, entre ellos 6 Libertadores (contra 3 de sus rivales).

Estampa de La Bombonera en el juego de ida de la final de la Copa Libertadores, disputada entre Boca Juniors y River Plate.
Foto/Cuenta oficial de Twitter de Boca Juniors.

Tan inusual como fantásticas son estas finales que han generado una expectativa exagerada en el resto del planeta. Solo así se explica la llegada de periodistas enviados especiales de países como Eslovenia, Omán o Qatar, páginas enteras en periódicos de Europa del Este –también en El Salvador–, además de la portada en el periódico deportivo español Marca. Quizás también esto sirva para justificar que el Boca-River haya sido elegido como el mejor clásico del mundo por la revista inglesa FourFourTwo, incluso por delante del Barcelona-Real Madrid.

“Un Boca-River es diferente: el fútbol argentino ya se ha cobrado 317 vidas y no era necesario correr más riesgos, sobre todo con los altos niveles de intolerancia que el clásico suele generar”.

Un país dividido

Se podría hablar de mil batallas, pero lo cierto es que por el formato del fútbol argentino, donde se juega todos contra todos en forma de liga, ver finales entre Boca-River es casi una rareza. Hubo una en 1976, cuando se jugaba al Torneo Nacional, y la ganó Boca 1-0 con gol de Rubén Suñé, quien años más tarde intentó suicidarse, al no soportar su retiro del fútbol. En marzo de este año, 42 años después, volvieron a encontrarse en la final de la Copa Argentina. Entonces River venció 2-0 con goles de Gonzalo Martínez e Ignacio Scocco. Pero nada se compara a una final de Copa Libertadores.

Esta es la primera vez en la historia que River y Boca se cruzan en una final de Copa Libertadores.

Símbolos hay de uno y otro lado. Mauricio Macri con Boca y Carlos Menem con River. En tenis, Juan Martín del Potro ha hecho milagros con los vuelos para ver los juegos de Boca, y por supuesto no se perdió la primera final. Delpo incluso logró que Rafa Nadal y Roger Federer se pusieran la camiseta xenieze. Gabriela Sabatini nunca ocultó su pasión por los Millonarios, pero nada comparado con Guillermo Coria –llegó a ser número tres del ranking mundial–, que se casó por iglesia con la camiseta de River.

Y así, en cada rubro… El músico Charly García, el actor Ricardo Darín y el basquetbolista Emanuel Ginóbilli le van a River. El escritor Martín Caparrós, el músico Iván Noble y el actor Adrián Suar son de Boca. Y no hay celebridad mundial que llegue a Argentina que no termine posando –a veces sin saber de qué se trata– con una camisa azul y oro o una blanca y roja. No importa si sean los Rolling Stones, Daddy Yankee o Ariana Grande.

Tampoco faltan los referentes futbolísticos, ídolos inmaculados. Del lado de los boquenses, Juan Román Riquelme, que incluso supera a Diego Maradona en la afinidad de los hinchas. También, por supuesto, el goleador histórico Martín Palermo, Antonio Rattín, Carlos Tévez y el propio Guillermo Barros Schelotto, actual entrenador. A esa lista se suma Blas Armando Giunta, un desconocido para el fútbol mundial, pero máximo exponente de la “garra bostera”, por lo que se ha ganado un lugar en el corazón “bostero” con sus patadas voladoras y su entrega descomunal en cada pelota disputada por los xeneizes en los años noventa.

Paladar negro

River Plate, asociado siempre a un fútbol más exquisito, tiene como máximos referentes a dos que hicieron culto de su calidad: Norberto Alonso y el uruguayo Enzo Francescoli, que en la actualidad es director deportivo del club. Y se agregan Angel Labruna, Amadeo Carrizo, Alfredo Di Stéfano y –en menor medida– Mario Kempes. Este último, fichado en 1981 al Valencia como evidente respuesta a la llegada de Diego Maradona a Boca Juniors. En sus escasos siete meses en el club, Kempes ganó el Campeonato Nacional. Tampoco puede faltar el propio Marcelo Gallardo, el entrenador, que increíblemente tuvo que ver el primer juego final a unos 16 kilómetros de distancia: en el estadio de River. Es que al “Muñeco”, reincidente de una suspensión de la Conmebol, no le permitieron asistir a la Bombonera y se comió las uñas desde uno de los salones del Monumental.

Con este gol se abrió la cuenta del empate 2-2 entre Boca y River.

El 2-2 no defraudó a nadie. El marco estaba garantizado, casi tanto o más que la intensidad del juego, dos aspectos en los que el superclásico del fútbol argentino puede competirle a cualquier partido en Europa. Pero, sorprendentemente, también hubo emociones y buen fútbol, algo que no es tan habitual. La segunda final será el sábado 24 en el distinguido barrio de Núñez, en la zona norte de Buenos Aires. Allí, River (RiBer) buscará su redención en el mismo estadio donde en 2011 vivió el momento más amargo de su historia, el descenso de categoría. Ganar la Libertadores allí, y ante el eterno rival, será dejar atrás años de burlas y frustraciones. Para Boca, en cambio, ganar el máximo torneo continental en el Monumental, y ante 70 mil almas rivales, tampoco tendrá precio. Después del 24, ya nada será igual.

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