¿A quién representa la Mujer Maravilla?

Es algo muy humano el deseo de sentirnos identificados con las imágenes y los símbolos que nos rodean, buscar rostros y gestos similares en nuestro entorno. Pero también es de tener cuidado con las falsas equivalencias, haciéndonos pensar que la representación siempre implica progreso social o un avance en materia de género, como es el caso de la nueva película de la Mujer Maravilla.


Para empezar, quisiera contextualizar mis deseos por ver esta cinta, una película que actualmente ha ingresado más de $435 millones a nivel mundial. Durante mi infancia, en los noventa, yo siempre andaba buscando figuras que me aseguraran que pegar como niña no era un insulto, pero honestamente, la lista de modelos superpoderosas de ese momento se queda bastante corta. Y de las que aparecieron, jamás vi que ninguna de ellas saliera sola en pantalla, dándome a entender que, como niña, salvar el día tenía que ser tarea en equipo. Mis favoritas, las Power Rangers (rosada y amarilla) siempre piloteaban sus Zords con los demás niños Ranger. ¿Tormenta, Rogue y Jean Grey (de X-Men)? Siempre aparecían entre un escuadrón masculino. ¿Viuda Negra? Pobrecita. La única mujer entre Los Vengadores. ¿La Mujer Invisible? Solo miren el nombre.

La única que se diferenciaba entre esta lista de superheroínas era la Mujer Maravilla, defensora compasiva de la paz, la verdad y el amor, cuya serie setentera —con Linda Carter— todavía nos deleitaba a los sin cable en la década de los noventa. Así que cuando vi que por primera vez (desde su creación, en los años cuarenta) la historia de la Mujer Maravilla aparecería en pantalla grande, sabía que tenía que ir a verla en cines. Tenía que saber cómo se sentía ver a una mujer superpoderosa pateando traseros y salvando el mundo ella solita.

Es cierto, lo admito, ver a Gal Galdot destruyendo edificios y tirando mega rayos de energía en 3-D me dejó más impactada de lo que me pude haber imaginado. Estoy tan acostumbra a ver cuerpos hipermasculinizados y resplandecientes con su musculatura de físico culturista bajar del cielo y acabar con el villano; que ver al cuerpo esbelto y grácil de Gadot —y las demás Amazonas— hacer piruetas en el aire en cámara lenta, girando elegantemente para desenvainar una espada o disparar tres flechas a la vez con gran fuerza mortal, me causó un profundo shock visual y cognitivo.

Pero este es el tema con la representación: pese a lo importante que es que una superheroína del canon de una franquicia tan grande como DC Comics tenga su propia cinta y, es más, que quien lo dirija también sea una mujer, quien aparece en pantalla no soy yo ni sos vos. Gadot, como persona, ni siquiera representa a la Mujer Maravilla como aparecía en los cómics.

Primeramente, para quienes no lo sabrán, Gadot es una actriz israelí que empezó como modelo. Fue coronada Miss Israel en 2004 y luego pasó a cumplir con su obligación nacional de servir en las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI), durante el periodo de la Guerra de Líbano de 2006. En 2007, apareció en un artículo de Maxim sobre las soldados más sexys de las FDI.

Una cosa es cumplir con el servicio militar y otra cosa aparte es apoyar ciegamente las políticas de su país de origen, el cual mantiene un régimen violento —al estilo apartheid— contra el Estado palestino. 

En 2014, durante el Conflicto entre la Franja de Gaza e Israel, Gadot causó controversia subiendo un post a su cuenta de Facebook, el cual se traduce al español:

 “Estoy enviando mi amor y mis oraciones a los ciudadanos de Israel, especialmente a todos los chicos y chicas que están arriesgando sus vidas para proteger a mi país en contra de los horribles actos dirigidos por Hamas, quienes se están escondiendo como cobardes detrás de mujeres y niños… ¡Venceremos! ¡Shabat Shalom! #estamosenlocorrecto #liberenagazadehamas #altoalterror #coexistencia #amoFDI”

Como nota aclaratoria: en este conflicto murieron aproximadamente 1500 civiles palestinos y solo cinco de Israel.


Una de las escenas más poderosas de la película es cuando Diana (la Mujer Maravilla) hace caso omiso a los deseos de sus compañeros y lidera una carga contra los alemanes, atravesando la tierra de nadie para salvar a un pueblo de civiles atrapados por la Primera Guerra Mundial. El acto es, en la definición más pura y sencilla de la palabra, heroico. Y es aquí donde Diana se asume como guerrera en el mundo occidental por primera vez.

El motor que mueve a Diana en la cinta es el amor por los oprimidos y es esta compasión lo que le permite acceder plenamente a sus poderes. Por lo mismo, no pude evitar reflexionar sobre el hecho de que quien repetía esas líneas conmovedoras de la Mujer Maravilla era la Gadot sionista y que, de hecho, Gadot probablemente nunca hubiera sido contratada para ese demandante rol físico sin haber sido antes entrenada en el arte de asesinar.

Más allá de los antecedentes políticos de la protagonista del filme, también es importante cuestionar fuertemente a quienes exactamente se está representando en esta película. Por la cantidad de posts al respecto en mi Facebook, pensaría que La Mujer Maravilla es una reivindicación de la mujer universal —toda mujer, cualquier mujer— si aún no hubiera visto la película.

Pero en la cinta, quienes se disputan la justicia y la superioridad moral son cuerpos blancos. Esto a pesar de que se hizo un esfuerzo paupérrimo por incluir a mujeres negras en la isla paradisiaca de Themyscira. Digo paupérrimo, porque en esta isla mágica, donde en teoría pudiera confluir toda la raza humana, entre las filas de las míticas guerras Amazonas, solo hay como cuatro afrodescendientes, quienes son presentadas al público recibiendo golpes a la espalda y emitiendo solo un gruñido de protesta.

Aunado a este cargado estereotipo racial (de una esclava recibiendo latigazos), las negras afortunadas que sí tienen el lujo de hablar se quedan solo con una o dos frases en toda la cinta. A diferencia de otras guerreras destacadas de Themyscira, jamás conoceremos sus nombres. A ninguna de ellas se les digna con una secuencia de combate en cámara lenta, uno de los sellos emblemáticos e impresionantísimos de esta película.

Con todo esto, llego al punto central de mi argumento:

Francamente, estoy cansada de que los avances en materia de representación de la mujer en el cine sean a costa de otras poblaciones vulnerables, excluidas y constantemente violentadas.

Me deprime que el feminismo blanco nos hace celebrar el remake de Ghostbusters sin hablar sobre el unidimensional y estereotipado papel de Leslie Jones, la única mujer de color en la película. Me entristece que con mi entrada para ver a la Mujer Maravilla le esté pagando el salario a una mujer que ha colaborado activamente en la opresión y el apartheid del pueblo palestino; o sea, a la marginalización violenta de mujeres no-blancas.

Fundamentalmente, estoy cansada de que la mujer blanca tenga el privilegio de poder leerse como un avance para todas, cuando en realidad solo implican un avance para ciertas. Lastimosamente, vivimos en un país donde en los medios de comunicación, programas de televisión y publicidad aparece casi exclusivamente gente blanca; y por algún motivo u otro, sentimos que nos deberíamos de identificar con esas rubias, con esos cheles de ojos verdes, obviando la verdadera composición étnica y racial de nuestro país.

Es importante interrogar quiénes son los cuerpos y las situaciones que pretenden representarnos, ya que —como antes mencionaba— buscamos sentirnos reflejados en la simbología que nos rodea. Hollywood es una industria, y por lo tanto no me debe nada, claro está. Incluso la misma directora de La Mujer Maravilla afirma que es imposible que refleje las historias del 50 por ciento de la población, solo por ser mujer. 

Entonces, ¿por qué la fijación con buscar un significado profundo en los cuerpos, los colores y las temáticas de nuestro entorno? Porque, en este mundo dominado por el pensamiento blanco, heterosexual y europeo, hay tan pocos de estos que pueden ser verdaderamente nuestros. Por lo tanto es muy válido dialogar con nuestros ídolos, con los potenciales modelos de nuestros hijos a futuro, ya que los medios son siempre un reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Sin embargo, en lo personal, quisiera abogar para que los medios, más bien, sean un reflejo certero.


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