Historias reales de profesores

Uno

—Aquí en la escuela teníamos un niño, en segundo grado, que era muy conflictivo, peleaba mucho y tenía un grupito con el que se encargaba de molestar a sus demás compañeritos, les pedía dinero y comida todos los días, los tenía bien asustados…Un día no vino a la escuela y le pregunté a su profesora por él. “Le mataron a la mamá. Ocho balazos le dieron…”, me dijo.

—¿Y qué pasó?

—Pues que su mamá era pandillera, vendía drogas que escondía en la canasta de pan que salía a vender bien temprano en la mañana. En una de esas mañanas, que salió con el niño a vender pan, le pasaron disparando desde un carro. Enfrente de él quedó la señora.

—¿Él regresó a la escuela?

—Sí, pues sí regresó, pero ya no fue lo mismo. No hablaba con nadie, si uno como profesor o sus compañeros intentaban acercarse él era violento y gritaba. Su profesora ya no encontraba qué más hacer con él…

Dos

—Un día se me ocurrió hacer una actividad con los niños de tercer grado porque su profesora titular no había venido, pero me salió muy mal.

—¿Por qué mal?

—Comencé a contar el cuento de la patita, que cómo era de cariñosa con sus hijos los patitos y cómo los cuidaba. De repente varios de los niños comienzan a llorar y contagian a otros.

—¿A llorar?

—Sí, a llorar. Unos me decían “es que mi mamá ya no está conmigo”, “mi mamá se fue con otro señor”, “a mi mamá la mataron”, “a mi mamá se la llevaron”. Yo me corté, no supe qué responder en ese momento porque me sentí muy abrumada. ¿Qué hago? ¡Dígame! ¿Solo seguir con la clase como si nada pasó?

Guardé silencio, la miré y ella me quitó la mirada para bajarla y esconderla entre sus papeles.

Tres

—Dice la Rosita, la de cuarto, que a tres mamás y papás de sus niños le han matado en lo que van del año.

De nuevo guardé silencio, pero esta vez no pude mirarla a la cara, fui yo quien traté de perderme entre mis papeles y mis notas.

 ***

Estos tres breves relatos, que he tratado de reconstruir y compartir de la forma más íntegra posible, no son solo parte de una lista, sino que son historias reales -diarias- de profesores reales y que suceden, no solo en una, sino en muchas escuelas públicas de El Salvador.

Podría colocar y resaltar en este texto datos que refuercen de forma lógica y objetiva las realidades violentas en las que los docentes y directores de escuelas desarrollan su trabajo cotidiano. Como por ejemplo que, según el reporte “Observatorio MINED 2015 sobre los Centros Educativos público de El Salvador”,  1,630 docentes manifestaron que recibieron amenazas de pandillas, o que 348 dijeron haber sido extorsionados (seguramente no solo una vez) por pandilleros al interior de su misma escuela. Alrededor de 3,327 escuelas también dijeron que son afectadas directamente por pandilleros fuera del centro y 1,220 afectados por actividad de pandilleros al interior del centro (entiéndase extorsiones, amenazas, acoso a estudiantes y docentes).

Sin embargo, lo que me movió a escribir esta vez, más que esos datos, fueron las preguntas que se me atragantaron en la garganta cuando escuché las historias reales, las demandas y preocupaciones que se amontonaron de parte de los docentes que compartieron estos relatos.

¿Cómo les exigimos a los docentes lidiar con esas historias, con estos entornos? ¿Cómo les exigimos exponerse a esas realidades así sin más? ¿Se considera su estabilidad emocional y física? ¿Qué respuestas estamos necesitando de los docentes? ¿Cómo los estamos preparando para dar esas respuestas? ¿Cómo los estamos apoyando para dar acompañamiento a sus estudiantes y sus familias, a sus comunidades, en condiciones tan complejas donde el centro es la violencia de las pandillas?

Quiero adelantarles, y lamento desilusionarlos, que ni yo, ni los docentes que han compartido estas y otras  historias tenemos respuestas concretas para estas preguntas. Solo se nos atoraron. Y solo sabemos que es importante y sumamente urgente hacerlas para reflexionarlas y así darles respuesta en cada escuela, en cada contexto. Además, y es demasiado obvio, pero debo señalar que responder estas preguntas y pensar soluciones a este problema no se concretarán por arte de magia; se necesita de voluntades, de diálogos, de responsabilidades, de decisiones a nivel nacional y a nivel local.

 

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